Psicodelia en verde

Pero ahora son las siete de la tarde, dentro de un bar de paredes pintadas de verde. Fuera todo es verde. Para hacer tiempo he cruzado esta pequeña ciudad que ocupa el fondo de un valle rodeado de las montañas y de los bosques de robles de hojas verdes. El bar es el último refugio, bajo un grupo de pisos. El valle se cierra a partir de aquí entre una alameda sobre el rio y un muro de piedras grises por donde, en su parte superior, está la via del ferrocarril. Aun mas arriba, está una montaña de roca caliza.
Estoy solo, tomándome una cerveza amarilla. Al lado de la puerta hay un gran ventanal por el que, a través de su cristal nítido, se ve más árboles verdes y por encima en perspectiva, dos montañas redondas, senoidales, que me recuerdan a tus pechos. No quiero coger el tren de las nueve y media, no quiero volver a mi ciudad. Quiero seguir el camino del Sol y marchar al oeste. Porque sé que el Sol muestra el camino hacia ti. El camino del mar. Porque todo el paisaje familiar a ti, es muy especial para mí. Fuera del bar, cerrando el valle por el norte, destaca la montaña blanca y solitaria sobre el paisaje. He subido hasta la cumbre de esa montaña, pero un enjambre de hormigas aladas no me dejaron disfrutar del panorama desde la cumbre. Arriba había un libro con nombres y notas. Tus cartas son nombres y notas. Letras que ordena tu mente escritas en folios blancos, con tus delgadas y alargadas manos, que tienen el poder de alegrarme un mes entero o de hacer que me derrumbe dos, sobre todo si tardan en llegar con ese olor a mar impregnado, conforme veo como te vas alejando llevada por las corrientes de otros mares oscuros e inciertos. Empeñados en mantener un amor de cuatrocientos kilómetros a una edad en la que esa distancia puede cubrir el Sahara entero.
Ya se acerca la hora del tren. Desde aquí hasta la estación de azulejos amarillos, con su vestíbulo de paredes cubiertas de mosaico verde y suelo de terrazo también verde. Al final del andén, aparcada en una via muerta, hay una vieja máquina de maniobras, verde, con franjas amarillas. Olvidada. Innecesaria. Las noches de invierno, esperando al tren, abro la puerta, me subo. Doy rienda suelta a la imaginación, ahora soy un maquinista y la pongo en marcha. Voy por este camino de encrucijados rieles plateados que brillan fríamente hasta la estación de tu ciudad, aun cuando el límite de mi vehículo no supere los 60 Km/h para alargar la emoción que me produce volver a verte.
Prefiero soñar, la realidad no me gusta. Se puede amar e imaginar que se ama. Cuando se ignora otras carencias. Pero, ¿por qué romper el muro de contención de un inmenso embalse? La catástrofe puede ser irreparable.
Estoy solo en un bar verde. Fuera también es todo es verde. El vaso se ha quedado vacío, yo también. Las sillas y mesas de fuera también se han quedado vacías. Ahora está lleno dentro, a mi alrededor, lleno de palabras, de humo y de personas extrañas.
¡OH!, venga y hagamos planes, para el verano que nunca llegará ahora que estamos en el umbral.
¿Dónde estarás ahora? ¿Qué harás? ¿En compañía de quién miraras las oscuras aguas del mar de noche? Asomada al muro del puerto. Las luces de la costa de enfrente. La brisa marina y el murmullo tranquilizador de las olas.
La hora de irme se acerca, pero prefiero quedarme aquí en este bar, antes que irme al sur en un tren. Fuera ya no se ve todo verde, ahora todo es negro y misterioso. Tarareo una canción de Sinêad O´connor. Irlanda aun queda más al norte.
6 comentarios
perseida -
Me gusta lo verde. Saludos.
Goreño -
pokito -
salud
chus
NOFRET -
saludos de nuevo!
Anónimo -
un gusto leerlo y recibirte.
Cerrolaza -
Un gustazo tenerte con nosotros. Salud.